domingo, 19 de diciembre de 2010

DONDE VIVEN LOS MONSTRUOS

<La cosa tenía su miga: la adaptación de un cuento infantil ilustrado de apenas diez páginas, que en los Estados Unidos lleva cuarenta y tantos años convertido en icono popular (Maurice Sendak, su autor, era hasta hace poco más conocido allí que Tolkien); la elección de un director a contracorriente como Spike Jonze, cuyas anteriores películas (Cómo ser John Malkovich, Adaptation) se habían movido siempre en el terreno de lo surrealista y lo bizarro; por no hablar del propio “development hell” en el que acabó estancándose el proyecto (siete años de producción, numerosas reescrituras de guión, filtraciones del metraje en internet, un presupuesto que acabó desorbitándose hasta los 100 millones de dólares, e incluso el completo remontaje de la película tras un pase previo para los productores que tuvo una acogida cercana al pánico).

   Todo parecía indicar que nos hallábamos ante uno de los desastres de la temporada. Y sin embargo, la cosa funciona. Y funciona pese a ciertos excesos indies (ese look de película gafapasta, tan absolutamente premeditado), y a la pedantería que supone “secuestrar” un relato originalmente dirigido a los niños para convertirlo en un psico-drama sobre cómo los adultos vemos el mundo infantil (quizás no hacía falta: las películas de Pixar han demostrado sobradamente que se puede hacer cine infantil inteligente, reflexivo y que entusiasme por igual a niños y adultos).
"Pues a mí, la peli de Pixar que más me gusta es Monstruos S.A."

   Donde viven los monstruos funciona porque lo que en manos de otros directores podría haber sido sobredosis de ñoñería, pirotecnia visual hueca y moralina chusca, en manos de Spike Jonze es genuina tristeza, contención narrativa y una crueldad moral absolutamente liberadora.


   Donde viven los monstruos cuenta la historia de Max, un niño de 9 años (interpretado con despampanante credibilidad por el debutante Max Records) hiperactivo, caprichoso, desencantado y un punto insoportable. Max, hijo menor de una familia desestructurada (el padre se ha largado por motivos que desconocemos), se pasa el día solo, sin que ni su hermana adolescente ni su ajetreada y agotada madre le hagan demasiado caso.


 "lo que en manos de otros directores podría haber sido sobredosis de ñoñería, pirotecnia visual hueca y moralina chusca, en manos de Spike Jonze es genuina tristeza, contención narrativa y una crueldad moral absolutamente liberadora" 


   Tras una pataleta violenta con su madre (en la que ciertamente el niño se merece que le crucen la cara), Max se fuga de casa y viaja en barca hasta una extraña isla, habitada por una galería de monstruos parlantes afablemente feroces (para entendernos, como Espinete o Don Pimpón empastillados), que parecen estar tan desestructurados como él, y que le ofrecen lo que no encuentra en su casa: le comprenden, le hacen caso sin el menor reproche e incluso lo coronan como su rey. 
"lo que en manos de otros directores podría haber sido sobredosis de ñoñería, pirotecnia visual hueca y moralina chusca, en manos de Spike Jonze es genuina tristeza, contención narrativa y una crueldad moral absolutamente liberadora"
   Max, no obstante, haciendo gala del egoísmo inherente a la infancia, no se contenta con jugar con los monstruos, sino que los manipula y engaña según sus caprichos. La idílica situación inicial se va deteriorando (los monstruos caen en riñas, peleas y accesos de melancolía que Max no comprende ni puede atajar; exactamente lo mismo que le ocurría a su madre con él), y Max acaba sintiendo morriña del cariño incondicional y la sopa caliente de mamá. Se da cuenta de lo chungo que resulta llevar las riendas y tomar decisiones, y de que los paraísos ficticios son simples callejones sin salida en los que uno no se puede esconder eternamente para evitar afrontar la realidad. En resumidas cuentas, Max madura.

"¡Y para demostrar que he madurado, quiero la ps3 en vez de la gameboy!" 
   La película indaga en el mismo universo infantil de miedos, complejos y amigos imaginarios que ya exploraran anteriormente títulos como E.T. o Los héroes del tiempo, y lo hace con similar tacto y sensibilidad, con la habitual fijación de Spike Jonze por los personajes que abandonan la mediocridad del mundo real para ensoñar una vida alternativa idealizada (un discurso que se articula de forma obsesiva a lo largo de toda la filmografía del director), y con un delicioso feísmo visual que, aunque suene al típico tic de director “indie-enrollado” (ya lo hemos dicho), no deja de representar una bocanada de aire fresco en el viciado ambiente del cine de fantasía actual, atrapado por la pomposidad alcanforada de las sagas “larger than life” (Anillos Únicos, Narnias, Harry Potters, Brújulas Doradas y demás pesadeces épicas que a servidor le tienen ya hasta el unicornio). Sólo hay que imaginarse lo que podría haber hecho Disney (o Tim Burton) con esta película, y echarse a temblar.


   Cierto es que el guión muestra baches (la primera media hora es primorosa, pero en cuanto entra en juego el elemento fantástico la película se vuelve derivativa, y le falta chicha con la que llenar hora y media de metraje), pero cuando uno deja de lado las consideraciones racionales y se guía puramente por el estómago (que es básicamente lo que te está reclamando Spike Jonze), resulta francamente difícil no enamorarse de esos esponjosos monstruos cabezones y terriblemente melancólicos, no compungirse y llorar por ellos, no querer huir de este mundo feo y casposo en el que estamos atrapados, para irse a vivir con ellos una temporadita. Cualquier película que consiga generarnos ese estado de ánimo con una tropa de criaturas de peluche (aunque estén retocadas con CGI) es oro puro.

"Cuando regreses dale a mi primo Don Pimpón este fuerte abrazo de mi parte"

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